Su antigüedad, que ha precedido a la sucesión de las generaciones telúricas y les ha sobrevivido; su predominio nocturno; su dependencia de satélite, su reflexión luminar; su constancia durante todas sus fases, levantándose y acostándose a horas fijas, creciente y menguante; la invariabilidad obligada de su aspecto; su respuesta indeterminada a las interrogaciones no afirmativas; su poder sobre el flujo y el reflujo; su poder para enamorar, para mortificar, para revestir de belleza, para enloquecer, para empujar al mal y colaborar con él; la serena impenetrabilidad de su rostro; el sagrado horror de su vecindad solitaria, dominante, implacable y resplandeciente; sus presagios de tormenta y de bonanza; la efervescencia de su radiación, de su marcha y de su presencia; la advertencia de sus cráteres, sus mares petrificados, su silencio; su esplendor cuando es visible; su atracción cuando es invisible.
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2 de julio de 2012
¿Qué afinidades particulares le parecían existir entre la luna y la mujer?
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