25 de septiembre de 2012

EN ESTA NOCHE, EN ESTE MUNDO

A Martha Isabel Moia

en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe

no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de
invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

mi persona está herida
mi primera persona del singular


escribo como quien con un cuchillo alzado en la
oscuridad
escribo como estoy diciendo
la sinceridad absoluta continuaría siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más

palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción

y el perro de maldoror
en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema

hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo

13 de septiembre de 2012

Isadora



Descalza, desnuda, apenas envuelta en la bandera argentina, Isadora Duncan baila el himno nacional.
Una noche de 1916 comete esta osadía, en un café de estudiantes de Buenos Aires, y a la mañana siguiente todo el mundo lo sabe: el empresario rompe el contrato, las buenas familias devuelven sus entradas al Teatro Colón y la prensa exige la expulsión inmediata de esta pecadora norteamericana que ha venido a la Argentina a mancillar los símbolos patrios.
Isadora no entiende nada. Ningún francés protestó cuando ella bailó la Marsellesa con un chal rojo por todo vestido. Si se puede bailar una emoción, si se puede bailar una idea, ¿por qué no se puede bailar un himno?
La libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora es enemiga declarada de la escuela, el matrimonio, la danza clásica y de todo lo que enjaule al viento. Ella baila porque bailando goza, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música que nace de su cuerpo.

12 de septiembre de 2012

Sobran las palabras

Aprendí a buscarte nada más, sin saber que estabas, 
tan adentro mío y más allá, de todo y de nada. 
Aprendí a llorarte sin saber, que en cada mañana, 
bajabas el sol para traer, luces de esperanza. 

Que extraño fue todo ya lo ves, la vida que pasa, 
y en la más austera desnudes, sobran las palabras, 
sobran las palabras... 

Que argumento gris tiene el perfil, de las horas lacias, 
desglosando lágrimas de atril, de estériles páginas. 
Anda suelto el aire en el pinar, borrando nostalgias, 
que extraño fue todo pa que llorar, si hoy se que me amas. 

Que extraño fue todo ya lo ves, la vida que pasa, 
y en la más austera desnudes, sobran las palabras, 
sobran las palabras... 

Aprendí a buscarte nada más, sin saber que estabas, 
tan adentro mío y más allá, de todo y de nada. 
Aprendí a llorarte sin saber, que en cada mañana, 
bajabas el sol para traer, luces de esperanza. 

Que extraño fue todo ya lo ves, la vida que pasa, 
y en la mas austera desnudez, sobran las palabras, 
sobran las palabras...

31 de agosto de 2012

Oración


Habítame, penétrame.
Sea tu sangre una como mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñeme tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed quemándome.
La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.

16 de agosto de 2012

Carta de José de San Martín a Simón Bolívar

Estimado general:

Le escribiré no sólo con mi franqueza natural sino con la que exigen los grandes intereses de América.

Los resultados de nuestra entrevista no son los que yo tenía previstos para dar un final rápido a la guerra. Por desgracia, estoy completamente convencido de que o bien usted no ha estimado sincero mi ofrecimiento de servir a sus órdenes con las tropas a mi mando, o mi persona le resulta molesta. Las razones que usted adujo –que su tacto no le permitiría nunca darme órdenes y que, aunque ése fuera el caso, el congreso colombiano no lo autorizaría a separarse del territorio de Colombia- no me han parecido muy plausibles.

La primera se contradice por sí sola. En cuanto a lo que a la segunda se refiere estoy convencido de que, si usted expresara sus deseos, encontraría aprobación unánime, puesto que el objetivo es terminar la campaña que iniciamos y en la cual estamos comprometidos, con su cooperación y la de su ejército, y de que el honor de llevarla a termino recaería en usted y en la república que usted preside.

No se deje caer en engaños, general. Las noticias que usted tiene sobre las fuerzas realistas son erróneas: entre el Alto y el Bajo Perú suman más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en dos meses. El ejército patriota, diezmado por las enfermedades, no estará en condiciones de mandar al frente a mas de 8.500 soldados, gran parte de ellos reclutas rasos. La división del general Santa Cruz (cuyas bajas según él mismo me dice no han sido reemplazadas a pesar de su insistencia) experimentará considerables pérdidas en su larga marcha por tierra, y no contribuirá en nada en esta campaña.

La división de 1400 colombianos que usted esta mandando hará falta para guarnecer El Callao y mantener el orden en Lima. En consecuencia, sin el respaldo del ejército que usted dirige, la operación planeada a través de los puertos (Guayaquil, etc.) no tendrá las ventajas que podrían esperarse, a menos que fuerzas poderosas puedan arrastrar al enemigo a cualquier otra parte. Y, de esa manera, la lucha se prolongará indefinidamente. Digo indefinidamente porque estoy convencido de que sean cuales sean las dificultades de guerra actual la independencia de América es irrevocable. Pero también estoy convencido de que la prolongación de la guerra será la ruina de los pueblos y es un deber sagrado de los hombres, en cuyas manos descansa su destino (el de América), evitar que continúen sus males.

Sea como sea, general, mi decisión está irrevocablemente tomada. He convocado al primer congreso de Perú para el día 20 del mes próximo y, al día siguiente de su instalación, me embarcaré rumbo a Chile, convencido de que mi presencia es el único obstáculo que le impide a usted venir a Perú con el ejército a sus órdenes. Para mí habría sido el colmo de la felicidad terminar la Guerra de la Independencia a las órdenes del general a quien América debe su libertad. El destino ordena otra cosa y debemos resignarnos a él.

Como no tengo duda de que el gobierno peruano que se establezca cuando yo me haya ido solicitará la cooperación activa de Colombia y de que usted no podrá negarse a tan justa demanda, le mandaré una lista de todos los oficiales cuya conducta, tanto militar como privada, pueda recomendar a usted.

El general Arenales quedará al mando del ejército argentino. Su honestidad, su coraje y sus conocimientos lo hacen merecedor de todas las consideraciones que usted tenga con él.

Nada diré de la anexión de Guayaquil a la Republica de Colombia. Permítame, general, decir que no creo sea de nuestra incumbencia decidir asunto tan importante. Al terminar la guerra lo habrían decidido los respectivos gobiernos, sin los conflictos que ahora pueden resultar para los intereses de los nuevos estados de Sudamérica.

Le he hablado, general, con franqueza; pero los sentimientos expresados en esta carta quedarán enterrados en el más profundo silencio. Si se conocieran, los enemigos de nuestra libertad podrían aprovecharse de los motivos de nuestros pesares; los intrigantes y ambiciosos sembrarían la discordia.

Con el mayor Delgado, portador de esta carta, le envío una escopeta y un par de pistolas, junto con mi caballo, que le ofrecí en Guayaquil. Acepte, general, este souvenir de su más ferviente admirador.

Con estos sentimientos y la esperanza de que usted tenga la gloria de poner fin a la guerra de la independencia de Sudamérica, su seguro servidor:
José de San Martín